Prólogo
He de comenzar
confesando que más que un pedido de dedicar algunas líneas a esta pequeña obra
fue, mas bien, una imposición a su autor; no hubiera querido perderme el
honorabilísimo placer de introducir al lector a lo que es la labor de presentación
de quién más que un colega, es un amigo. Amistad que he tenido la dicha de
trabar hace algunos años y que me ha hecho descubrir la calidez de una persona excepcionalmente
única, especial.
No exagero en la
adjetivación de lo particular de nuestro estimado y nunca bien ponderado autor.
Quien tuvo la suerte de conocerle en profundidad, verá que no exagero;
inteligente, extrovertido, generoso, sensible al arte, indiferente a lo banal y
preocupado de los verdaderos problemas vitales del ser humano: el amor y la
muerte, que son, si bien se analizan, una misma cosa.
Aunque no lo diga
expresamente, él es un existencialista por naturaleza. Toda su filosofía y su poesía
se basan en una posición asumida frente a la vida; su deseo, su inquietud
desesperante de “ser” en todo, en todos y por siempre.
Es una lucha que
despliega épicamente frente a la toma de conciencia de lo que irremediablemente
toca a cada uno de los seres humanos; digámoslo sin eufemismos: él sabe que ha
de morirse, pero no se resuelve cómodamente frente a este hecho. Por el
contrario, busca eternizarse, en la poesía, en el amor, en la belleza del arte
pictórico. Y, ¡no señores! ¡No nos confundamos que acá poeta y poesía son una
misma cosa!
El decir: “…cerrar mis ojos a perpetuidad, pero cómo haré,
si me entrego a la ceguera voluntaria, tener la posibilidad de poder apreciar
la belleza de tu cálido rostro y de tus ojos miel, que me hunden a un océano de
dulzura, al cual me entrego para ahogarme…” resume lo antedicho en un solo
y espectacular párrafo. A través del amor busca la eternidad. Después de todo,
amar es ser en otro, sin dejar de ser uno, para ser otro, para ser otros, para
ser todos.
Y he aquí donde yace
su más noble posición filosófica: sabe que la vida es desconsuelo, tiene
conciencia de su finitud en este mundo y que la conciencia es un relámpago
oscilante entre dos eternidades de tinieblas, pero lucha y reivindica su hambre
de inmortalidad en la actitud de saber que, al final, aunque todo haya sido en
vano, parezca injusticia.
Además, su saber
excede lo meramente racional para adentrarse en el saber espiritual de las
personas sensibles.
Todos hemos conocido
alguna vez personas racionalmente inteligentes pero estúpidas de sentimientos;
y en estos tiempos se necesitan héroes sentimentales, genios de espíritu
dispuestos a asumir que la ciencia falla frente a nuestro anhelo de eternidad y
jugarse donde únicamente a través del corazón llegamos a inmortalizarnos.
Y frente a este
hecho, al de la tragedia humana, nuestro estimado a veces parece resolverse en
la desesperanza propia de los escépticos, y dice:
“…El suicida cobarde parece morirse poco
a poco. Tal vez por eso bebo y fumo…”
“…y si no existe Dios, no somos más que
resultado del azar…nos vamos como si nunca hubiéramos sido…”
Sin embargo, no nos
dejemos engañar, que quienes resuelven la autoaniquilación de la conciencia
propia no se entusiasman siquiera ante la idea de amor con la propia Afrodita, con
el propio Eros; y es que el amor eróticamente escandaloso redunda las páginas
del presente libro.
Grotesco, sin rallar
los niveles de nuestro querido “Marqués”, nuestro estimado autor se desplaya
indecentemente erótico en varias páginas de esta pequeña obra. Lo cito:
“… Tu belleza interior la leo con mis
dedos.
Quiero vagabundear dentro de ti,
Perderme y reconocerte al natural.
Quisiera ser el autor intelectual de tus
orgasmos…”
Asimismo, conocida
es la locución latina “Militia est vita
hominem super terram”, que podría traducirse como “La lucha es la vida del
hombre sobre la tierra”, frase que encierra en sí misma un contenido altamente
filosófico e histórico; quien tiene un motivo de lucha, tiene un motivo de
vida. Y no se da solamente en las personas, sino también en los pueblos
enteros. Corolario de esto sería que solamente quienes no persiguen un fin en
esta vida se ven seriamente comprometidos en el colapso de la desesperanza
última (y vaya si él sabrá de militancia y lucha).
Se observa también
en este libro (como en la vida misma del autor) cierto tinte bohemio en la
narrativa que le da a las poesías y los cuentos la particularidad propia de
quien escribe tratando de capturar lo lírico del arte sin sustraerse de todos los
detalles terrenales. Palabras como “barro”, “café”, “cigarro”, “alcohol”, “drogas”,
“bar”, “tren”, etc., se repiten, tal vez como una forma de no abstraerse
íntegramente de todos aspectos estrictamente mundanos; lo que lo convierte en
una suerte de poeta arrabalero.
¿Será que quien
suscribe vive la vida como una especie de cielo mejorable, o por el contrario,
como un infierno del cuál solamente puede sustraerse a través de la poesía,
salvando algunos pocos detalles?
Como quiera que sea,
lo de cielo o infierno son cuestiones que mi amigo (inteligente cabeza y
también de corazón), a esta altura, no habrá dejado de notar como asuntos
fantásticos derivados de la mitología griega y refrendados por la ley policial
romana del culto católico apostólico.
Veámoslo así: al
cabo de algunos milenios, el infierno será algo cotidiano, de todos los días,
aburrido si se quiere.
Él, al igual que su
prologuista, sabe, además, que no existe posibilidad de cielo social, porque lo
que por democracia llegare a ser el goce eterno para la mayoría o primera
minoría, sería el infierno para el resto de los cohabitantes.
No, nada de eso. Más
bien, los que queremos salvar la idea de la inmortalidad del alma (que no es
otra cosa que la supervivencia de la propia conciencia), creemos en el cielo ad-hoc. Es decir, aquel que reúna todo
aquello que cada cual quisiera eternamente para sí.
Y sé, aunque no lo
dice, que esto es lo que promueve la escritura de las siguientes páginas. Una
noble virtud de nuestro queridísimo, Marcelo Luna.
Dr.
Adrián Cattacora
Leer es
viajar a la angustia de otros.
A la fuerza de mi madre;
A la risa de mis hermanas,
Al cosmos infinito de quienes no están conmigo;
A mis tréboles amigos de cuatro hojas;
Al barro de mi barrio.

💓
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